Deberemos conducir nuestras acciones alineadas con aquellas tareas que constituyan nuestra propuesta de valor y configuran la ventaja competitiva de nuestra actividad, lo que nos diferencia de nuestra competencia y que el cliente percibe como relevante.
Este enfoque, además de ser coherente con nuestros valores, maximizará la eficiencia de las medidas que adoptemos. No implementaremos las mismas acciones si nuestros servicios se configuran como muy estandarizados, en una apuesta por el volumen, que, si por el contrario ofrecemos servicios personalizados a medida del cliente, porque los requisitos para su configuración serán muy diferentes y equivocarnos en su elección supondrá la ineficacia de las medidas implementadas.
Deberemos diseñar un plan de etapas, para que la eficiencia que conseguimos en los elementos esenciales de la propuesta de valor se extienda progresivamente al resto de ámbitos de acuerdo con las dinámicas de trabajo.